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sábado, 31 de mayo de 2014

Navegante solitario, Alberto Torroba

Un lector de este blog, del que desconozco su nombre real, me ha dado la posibilidad de rescatar este relato. El libro de donde se extractó ha quedado en  Argentina, pero si me traje el recuerdo de una cena en casa del protagonista de la historia, a la que asistí gracias a la invitación del "Topo" Silva, un arquitecto santarroseño amigo común de Torroba y mío. Este comprovinciano ha navegado durante años y tiene incontables experiencias en los mares. Lo conocí cuando decidió regresar a La Pampa con su mujer filipina y una hija recién nacida y la historia que aparece más abajo la escuche de su boca, sentados bajo un cielo oscuro y estrellado, mientras se consumían las brasas del asado. La historia de Alberto cabe en este sitio, aunque su magnitud supera las modestas aventuras que aquí cuento.
10.000 millas del Ave Marina - De Panamá a Filipinas - Parte 1ImprimirE-Mail
Por Alberto Torroba
“ Un hijo del universo cuenta una historia muy especial de navegación y de un modo de vida más simple”. Alberto José Torroba, un aventurero argentino de 39 años, navegó a través del Pacífico en un sloop de 24 pies sin motor, circunnavegó Nueva Guinea en un prao de 19 pies, sobrevivió el hundimiento de su velero de 18 pies en la costa uruguaya, exploró la costa sudamericana en un bote de pesca brasilero de 15 pies y navegó a Panamá en otro prao.
Escribió la historia del viaje de 10.000 millas del Ave Marina desde el canal de Panamá a Filipinas, mientras vivía en la isla Masapelid en la costa norte de Mindanao con su esposa filipina Rebecca y construía un catamarán  en madera y bambú para, según sus palabras,“…mantenerme haciendo lo mismo de siempre. Bajo una lámpara de kerosén escribí la historia, deseando con todo mi corazón que significara algo para ti….”
Alberto Torroba
Alberto Torroba y el Ave Marina
Me desperté con el amanecer, el 12 de enero de 1989, estaba en la isla Taboga, en Panamá. Levanté el fondeo, levanté las dos velas, y un viento suave nos empujó al sur. Nos dirigíamos hacia las Galápagos, camino hacia la Polinesia francesa.
Éramos dos, yo y mi barco. Yo, Alberto, argentino de 36 años, nacido y criado en una granja al estilo gaucho, vagabundo y aventurero de profesión. Mi barco era el Ave Marina, una canoa nueva de tronco ahuecado, nacida como un árbol aspave en la jungla de Darién, en Panamá, 15 pies de eslora por 5 de manga, abierta, sin cubierta ni cabina. Los instrumentos de navegación incluían un compás de bolsillo, una carta del Pacífico y una plomada. Las provisiones y efectos personales eran los mínimos que necesita un vagabundo para sobrevivir.

Por qué lo estaba haciendo?

Pienso que la gente debería tener un modo de vida mas simple, lejos de los bienes materiales y la tecnología moderna. Porque quería ser un héroe, y porque ya les había dicho a todos mis amigos que iba a hacer esto. Porque cuando eres joven y tienes una canoa primitiva con el Pacífico enfrente tuyo para soñar lo que quieras, a quien le importa porque lo haces?

Durante ese día y los que siguieron, no ví tierra, ni barcos. Elegí una ruta al sur, cerca de la costa porque conocía la zona. Un año y medio antes, había hecho un intento similar en el Saveiros, un bote pesquero brasilero de 16 pies que también era abierto. Una de las razones por las que fracasé, fue que dejé el golfo de Panamá con rumbo SW, derecho a las Galápagos, y tuve una calma de 24 días. Si, 24 días sin viento, no creía que fuera posible hasta que sucedió.
carta  
Esta vez elegí una mejor estación, enero, cuando los vientos del Caribe cruzan el istmo de Panamá y se aventuran en el Pacífico. Elegí ir al sur porque esperaba que una corriente nos llevara al Ecuador, donde los alisios aparecían. Elegí quedarme cerca de la costa en caso de que no progresáramos hacia el sur. Podría ir a tierra y esperar que las condiciones mejoraran. En un velero lento con rumbo SW, cada día sin viento es un día retrocediendo, y había tenido suficiente de eso un año y medio antes,
El cielo estaba siempre nublado, sin Sol, sin Luna, sin estrellas. Una semana después de la partida, vi la isla de Malpelo, en la costa colombiana, y luego de eso el cielo se despejó parcialmente aquí y allá, y pude ver mi progreso en la latitud todos los días, lentamente pero siempre al sur. El viento estaba amainando más y más, y difícilmente había un día sin un par de buenas lluvias.

Así es como calculo la latitud

Cuando una estrella esta en el zenith, significa que su declinación es igual a la latitud. Por ejemplo, si Sirius (declinación 16°42´ S) está justo sobre tu cabeza, eso significa que estas en latitud 16°42´ S. Todo lo que tienes que saber es la declinación de las estrellas, que apenas cambian en el tiempo, y sus zenith tan precisamente como sea posible. Se de memoria la declinación de 57 estrellas elegidas.
Para encontrar sus zenith me acuesto boca arriba en la canoa, con un ojo justo debajo de la línea de la plomada, la línea apuntando al zenith.
Por supuesto la plomada se mueve como un péndulo mientras el barco rola, pero con práctica puedes aprender esta ciencia. En mi canoa, en condiciones normales, el error normal no excede las 15 millas náuticas. Con mar movido, el error puede ir hasta 30 millas náuticas. En un barco más grande o en un catamarán el error debería ser menor, ya que rolan menos que mi canoa. 
Orion
Orión
En el viaje estaba usando la constelación de Orión para estrellas cenitales, porque cubren desde 8° S (Rigel) hasta 7° N (Betelgeuse) y es todo lo que necesitaba para encontrar las Galápagos.
No hay mucho que contar sobre esta parte del viaje excepto que era lento y aburrido. Diecisiete días después de salir de Taboga, Alnilam (1°12´ S) me mostró que ya estaba en el Ecuador. Los prometidos alisios llegaron, y arrumbé la proa de la canoa al oeste. Si me mantenía en esta latitud, llegaría a Galápagos tarde o temprano. Mi estado de ánimo cambió completamente cuado sentí los alisios soplando y ví sus típicos cumulus. Me sentí feliz y optimista cuando las velas empezaron a mostrar su potencia. Finalmente me estaba moviendo y los doldrums quedaban atrás.
En los alisios, decidí fijar la botavara por su parte media al mástil, y usar la vela mayor como un spinnaker para ir con el viento. La canoa rápidamente ganó velocidad y navegué de esta forma con una suave brisa toda la ruta a Galápagos.

Arribo a las Galápagos

El cielo estaba claro y cada noche podía prepararme bien para el próximo desembarco. Era relativamente fácil. El cinturón de Orión esta compuesto de tres estrellas principales, de las cuales Alnilam es la central. Para estar en 0°30´ de latitud sur, tenia que mantener la navegación entre Alnilam y la que está al norte. Las Galápagos son tan grandes que un error es imposible. Pasé los próximos días haciendo una bolsa de un viejo poncho impermeable y las noches perdiendo los anzuelos cuando picaban peces muy grandes. Una noche pesqué un enorme atún que no pude subir al barco. Cuando estuvo lo suficientemente cerca lo maté con un hacha. Mientras trataba de subirlo, el Ave Marina escoró tanto que simplemente no pude subirlo. Finalmente el anzuelo se abrió y el atún muerto desapareció en la noche oscura.
La noche siguiente, mientras dormía, algo golpeó la canoa. Miré y ví un pez enorme golpeando, suavemente, el costado del Ave Marina con su cola. Encendí la linterna y ví que era un tiburón de 3 metros de largo. No era para nada divertido. La criatura empezó a hacer un sonido extraño; probablemente se estaba rascando el dorso en el casco. No podía ver lo que realmente estaba haciendo, porque cuanto traté de mirar sobre la borda el barco escoró tanto que temí se diera vuelta y terminara en el agua con mi nueva compañía. Continuó este comportamiento hasta que me acostumbré, y finalmente entendí que no había agresión en su juego. Terminé hablándole en forma amistosa, y realmente lo extrañe cuando me dejó media hora después.
En el día 20 vi la isla San Cristóbal al WSW, y me dirigí a ella. Durante la noche no la pude ver y a la mañana estaba casi al sur. La perdí, porque la corriente era fuerte y el viento había bajado a casi nada. Ese día fui visitado por 10 a 15 tiburones grandes que gustaban de nadar alrededor del Ave Marina, como lo hacían los delfines. Mas tarde llego un león marino. Todavía sin viento. Me dirigí a la isla Santa Cruz, a la que llegué al amanecer, remando, a bahía Academia. Muchas personas vinieron a ver al Ave Marina, y estaban sorprendidos de mi viaje. Yo no lo estaba; sabía que el trabajo grande todavía estaba por hacerse. Esto era solo la entrada en calor para el crucero real: Galápagos-Marquesas, 3.000 y pico de millas.
Ave Marina
Alberto Torroba

Alguna información técnica y detalles curiosos sobre el Ave Marina

La construí en la jungla Darien en Panamá, en el río Chiman, con la ayuda del constructor de canoas Sr. Esteban Chaves. Esta aparejada con un palo con vela guaira y una pequeña genoa. El casco es una copia de los antiguos botes salvavidas, pero con una forma mejorada para la navegación, y solo con una quilla poco profunda y larga tallada del mismo árbol. Tiene una pequeña cubierta en la proa y debajo un pequeño espacio de almacenamiento donde llevaba la mayor parte de mis cosas. Un piso plano de dos metros es no solo mi cama, también es el lugar donde vivo y me muevo mientras navego.
De la cubierta de proa sobresalen dos remos, hacia atrás y hacia arriba, que extienden una lona plástica que me protege del sol., el mayor enemigo de la tripulación de un barco abierto. Es doble proa con un timón muy simple en la popa. Timonea solo muy fácilmente en cualquier dirección atando la escota de la genoa a la caña a través de poleas, en la forma tradicional de los barcos sin timón de viento o piloto automático. Mis provisiones incluían granola en latas, arroz, cocos, limón y cualquier pescado que pudiera capturar. Tenía una cocina Gaz de camping y una olla.
Pasé dos semanas y media en estas islas asombrosas, y con todas las provisiones mencionadas y 80 litros de agua dejé bahía Academia en la mañana del 22 de febrero con un buen viento del este. Pasé al sur de Isabella, y a la mañana siguiente ya no podía ver las Galápagos. Ahora un abismo vacío se extendía frente a mi alma. Un viejo sueño estaba listo a cumplirse. Nada importaba excepto cruzar el océano, ya que no había otra manera de salir. Ni la corriente del Perú ni los alisios me permitirían volver atrás.
El viento estuvo moderado los siguientes dos días. Navegaba al SW para lograr una mayor latitud y tener alisios más confiables. Un pequeño petrel nos estaba siguiendo desde Galápagos y lo bauticé Petroloco y empezamos a compartir nuestro viaje.

Vuelta de campana

En la cuarta noche tenía el viento de popa así que decidí levantar de nuevo la mayor como spinnaker. El viento era moderado, y cuando levante la vela, el Ave Marina escoró alarmantemente. Filé los cabos para que la vela bajara pero se enredaron. El Ave Marina escoró hasta que se llenó de agua, y todavía no se como o porque, dio vuelta de campana. Desesperadamente quería hacer algo pero no sabia que. Un par de intentos de adrizar el barco terminaron con el barco dando la vuelta hacia la otra banda. Todo mi pequeño mundo estaba flotando a su alrededor en la tenue luz de la luna; todos mi sueños parecían irse al demonio.
Removí el mástil, atándolo al costado en el agua, y ahí fue cuando descubrí que esa era la causa de la inestabilidad del medio hundido Ave Marina. Nadé para recuperar las cosas que estuviesen flotando, pero pronto descubrí que nuevas cosas (o las mismas cosas) se caían nuevamente. La pequeña puerta del espacio de almacenamiento se había perdido y temí verificar que más había desaparecido. Achicar! Achicar! Esa era la nueva idea, pero no podía encontrar el balde.
No puedo describir cuan estúpido me sentí. Todo había estado yendo bien y lo había arruinado con esa maniobra peligrosa. De un momento para el otro todos los valores de mi sueño cambiaron. Lo que era hermoso se volvió peor que basura; lo que era inteligente se volvió imbécil; lo que era bueno, ridículo. El próximo movimiento debería ser calmarme. Lo que había sido hecho estaba hecho. Cualquier cosa que fuera a suceder no resultaría mejor por ponerme negativo o deprimirme. Y, de cualquier forma, estaba vivo y saludable, y tenía comida y agua para algún tiempo. Nada realmente era tan serio! De una forma u otra pondría la canoa a navegar de nuevo!
Tomé una tabla del piso y empecé a achicar con ella. Pronto me di cuenta de que al ser el barco tan nuevo y la madera todavía verde, flotaba bajo y las olas pasaban fácilmente sobre la borda, llenándolo de nuevo con agua. Probé diferentes formas de achicar el Ave Marina, pero el agua todavía entraba más rápido de lo que salía, entonces decidí sacrificar la lata más grande de agua para hacer un mejor achicador. Veinte litros de preciosa agua desaparecieron en el mar al convertir la lata en un gran balde, empecé a achicar tan rápido como podía, pero todavía las olas derramaban agua abordo. El mar no estaba picado, solo el oleaje común, esperar que calmara era inútil. Entonces achique aún mas rápido, y cuando estuve exhausto me di cuenta que la tarea era imposible. Una fría y silenciosa sensación penetró mi cuerpo  y mi alma. Mi respiración se detuvo. Mi cerebro se resistía a pensar.
Me senté en la popa de la canoa y miré inútilmente. La borda del Ave Marina estaba solo 10cm encima del agua, y el mar parecía más infinito que nunca. Finalmente, luego de muchos intentos y horas de reflexión, me encontré flotando dentro de la canoa como en una bañera, para sacar mi peso del barco. La parte posterior de los hombros sobre la popa para mantener el barco balanceado, la canoa proa al viento para rolar menos, mi cabeza asomando sobre ella para ver las olas. Achicaba mas despacio, concentrándome más en el balanceo y dirección del barco que en la velocidad de achique. Pasaba el balde sobre mi cabeza y la popa para evitar los movimientos laterales que ingresaban mas agua.
Cuando sentí que la canoa estaba lo suficientemente alta en el agua, me paré y terminé de achicar con un entusiasmo que experimenté pocas veces en mi vida. Y entonces terminé, el Ave Marina estaba vacía y flotando de nuevo! El próximo paso era poner el mástil y las velas que flotaban al lado del barco atadas por cabos. Fue ahí que me prometí nunca más usar la vela mayor como spinnaker. Con el Ave Marina navegando de nuevo mi alma no cabía en mi cuerpo.
El próximo paso fue hacer un inventario de cualquier cosa que hubiera sobrevivido la vuelta de campana. Busqué primero las latas de agua debajo del piso, y mi entusiasmo bajó hasta el fondo del mar cuando me di cuenta que se habían perdido. Solo dos latas llenas por la mitad, atadas al costado de la canoa, sobrevivieron. Solo quedaban 20 litros de agua, con 3000 millas de océano por delante. Sabía que las lluvias no eran comunes en la zona, pero esta vez mi recuperación espiritual fue mas rápida, el Ave Marina estaba navegando y todavía tenía 20 litros de agua. “No importa Alberto”, pensé, “algo aparecerá”.
Esto se había perdido: mis ropas excepto lo que estaba usando; el agua; toda la comida excepto una lata de 12 litros de granola; la carta, el compás y la linterna; algunas tablas del piso, creando una superficie despareja en la cual recostarse o dormir, o fondear o navegar.
Esto sobrevivió, las telas plásticas, las velas y los cabos, las líneas de pesca, la cocina de camping Gaz, la cacerola y casi nada mas.
Alberto Torroba 2007
Alberto en su casa,  año 2007

Un hombre primitivo

Recordé entonces que la primera razón real del viaje era cruzar al Pacífico en una canoa vacía, pero tenía miedo de hacerlo. Ahora tenía una canoa vacía y había quedado reducido a un hombre primitivo.
Me reí y grité cosas sin sentido al viento. Estaba feliz y me di cuenta que la felicidad es un sentimiento que no depende del éxito ni del fracaso, pero que es una emoción ajustable que depende de si estas yendo hacia arriba o hacia abajo, no importa en que lugar de la montaña estés.
Finalmente el sol termino esa larga noche. “Buen día, Petreloco!” Ahora éramos tres.
Petreloco muchas veces desaparecía durante el día y la noche, pero siempre volvía al amanecer y al atardecer a saludar. Mi ración de agua estaba justa y comía una taza de granola todos los días. Una semana pasó sin novedades y sin pescado. Me mantuve navegando al WSW y finalmente, la lluvia llegó, pero llovía por todos lados excepto donde me encontraba. Tuve que esperar un día más  para recibir algo de agua del cielo. Llovió copiosamente con el viento soplando con fuerza 7 y llené completamente las dos latas, un total de unos 40 litros.
Estuvo nublado y lluvioso por tres días. Mientras los cumulunimbus pasaban, el viento cambiaba de dirección y las olas se volvían tan confusas que no pude adivinar más el rumbo por el Sol, la Luna, las estrellas o las olas.
Recordé que los animales, especialmente las aves migratorias, pueden sentir los polos magnéticos, entonces probé suerte haciendo lo mismo. Lentamente roté mi cuerpo y cabeza 360 grados, una y otra vez, hasta que encontré que en una cierta dirección tenía una sensación diferente. Era difícil decir que era, pero me parecía que mi mente estaba mas calma cuando miraba en esa dirección. Y estando en el hemisferio sur, asumí que era el sur. Entonces me mantuve navegando hacia lo que asumí era el oeste. Y cuando el cielo finalmente se despejó una noche, me di cuenta de que había estado yendo precisamente al oeste. Probé este procedimiento unas diez veces más durante el viaje, y siempre funcionó. Lo único que necesitaba para hacerlo funcionar era realmente necesitarlo, porque requiere de una fuerte concentración.
Bebí agua salada durante el día (solo un sorbo cuando estaba sediento) y agua dulce a la noche para evitar transpirar. Como mis agujas de acupuntura sobrevivieron la vuelta de campana, pinché las puntas de los meridianos del riñón para desviar energía de los pulmones a los riñones. Aire de primera clase estaba disponible (para los pulmones); el agua era el desafío (para los riñones). También practiqué posturas de yoga todas las mañanas para mantenerme físicamente entrenado.
Decidí no contar mas los días, no marcarlos en el calendario. El calendario solar no es algo que se puede sentir, habiendo sido calculado. Empecé con el Sol en Acuario y la Luna un día después del plenilunio. Si iba a encontrar las Marquesas iba a ser por sensaciones, no por pensamiento. Las Marquesas estaban hacia mi puesta de sol, entre Alfard y Spica, a una Luna de distancia. Esto es lo que llamo navegación de verdad.
spica
Spica
Luego del tiempo lluvioso, el viento se asentó nuevamente del este e hice un rápido progreso navegando casi de empopada. Como el Ave Marina estaba casi vacío, y el lastre había sido lo que llevaba, rolaba más que lo normal. Como faltaban la mitad de las tablas del piso, dormí mal todo el viaje y con la espalda dolorida. Me caí violentamente varias veces por el rolido. Estaba bebiendo un litro de agua por día, y la provisión estaba mermando. La granola se había terminado, pero la conmoción de la vuelta de campana había sido tan fuerte y el haberla superado me hacía sentir invulnerable a cualquier evento negativo.
Era optimista que lo iba a lograr, y fuera de ese pensamiento nada más contaba. Mis problemas eran pequeños ahora.
Los días pasaron uno tras otro en los vientos alisios normales. Sentía el universo como una cosa en movimiento constante: olas, vientos, Sol, Luna, estrellas y mi propio movimiento. Todos estábamos yendo a las Marqueses, al oeste, y me sentí parte del universo, tan fuerte como nunca lo había sentido antes.
Cuando pensaba en mi pasado distante, a veces se sentía como que hubiera sucedido un minuto antes, a veces como una eternidad de vidas atrás. Estaba sediento y hambriento. Los peces se resistían a morder los anzuelos. Una y otra vez salté al agua y recogí un puñado de crustáceos del fondo de la canoa, friéndolos en el aceite de coco que usaba como protector.
Una vez sola capturé un pequeño dorado y un pez volador. Un día de muchos (ya no estaban marcados por fecha) capturé un bonito. El primer día me lo comí casi todo, crudo, secando el resto al sol. Al día siguiente comí mucho de lo seco, y como estaba con raciones de poca agua, su digestión me deshidrató. Tuve un horrible y agudo dolor de cabeza, y luego vomité, temblando en el fondo del barco hasta que perdí la conciencia. A medianoche me desperté como si nada hubiera pasado. Tiré el resto del pescado por la borda.
Después del primer mes en el mar estaba exhausto, y el hambre me estaba haciendo mirar el horizonte en busca de algún signo de las Marquesas. El agua era el problema fundamental, el hambre y la sed los secundarios. Me mantuve navegando, con Spica (la latitud de Fatu Iva) casi sobre mi cabeza.

Las Marquesas

Un día (“Buen día, Petreloco”) ví una vela al este. Adiviné el rumbo que llevaba y fui a encontrarla. Lentamente nos acercamos, y vi que no había nadie en cubierta. Me acerque tanto como pude y, de repente, tres personas aparecieron, una tras otra.
Era el Shibumi, con una pareja estadounidense y su hija, los había conocido en las Galápagos. Mientras reducían la velocidad para permitirme alcanzarlos, les pedí agua y comida y les dije lo que había pasado. Juntaron una bolsa llena de comida y una lata de agua y las arrojaron al agua, atadas a una boya, diciéndome que Fatu Hiva estaba cien millas adelante.
De ahí en mas el crucero fue una fiesta, casi comí toda la bolsa de comida en un día. Cada hora cocinaba algo diferente y realmente lo disfrutaba. Bebí grandes cantidades de agua, que sabía tan bien. Al día siguiente arribé a Hana Vave, Fatu Hiva, y como no tenía fondeo, amarré el Ave Marina a la popa del Shibumi. Estaba de nuevo en tierra luego de 41 días.
Copyright Cruising World - Publicado diciembre de 1992

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