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viernes, 6 de septiembre de 2013

Viaje Argentina - EEUU, etapa Chile

Aquí va el relato tal como lo envió Eugenio…. impecable
“Habíamos hecho un intento de bajar al sur, en busca de algún paso cordillerano libre de nieve,  que nos permitiera cruzar la majestuosa cordillera de los Andes, pero fracasamos y volvimos a Mendoza con la intención de cruzar el tramo Las Cuevas - Los Andes (Chile ), embarcados en el tren trans-cordillerano.
La salida del cuartel de Mendoza fue inolvidable. Todos los muchachos de la dotación, llegaban a tomar servicio con algún paquete, que casi siempre entregaban diciendo tímidamente; “les manda mi señora”. No había donde poner los pies en el habitáculo del auto. Desde tortas, budines, arroz,  jamón, yerba, aceite, vino (siempre casero), etc. etc. También  alguien se acordó del viejo Ford y algunas latas de aceite mineral aparecieron milagrosamente. Por supuesto, los que estaban de servicio en la noche, se ocuparon de que los tanques de combustible salieran llenos hasta los topes.
Cuando hay alguna emergencia y suena la alarma, la guardia corta la calle para dar salida a la autobomba o ambulancia o ambas. Así fue la salida del forcito. Sonó la alarma, se cortó la calle y las manos en alto de nuestros generosos anfitriones nos despedían. El fin de una etapa que fue como el flash de una cámara; mucha luz, pero muy breve.
Un raid es como una carrera con obstáculos,  donde siempre hay muchas vallas que sortear. Algunas son políticas, otras son  geográficas y también algunas burocráticas. El desglose será paulatino. El primero que enfrentamos  fue geográfico. La inconmensurable cordillera andina y la imponencia que transmite.
Volviendo  al cruce de la cordillera, cuando llegamos a Las Cuevas, contentos porque el Ford había probado que con su caja de tres marchas se podía desenvolver muy bien en las interminables trepadas o negociando las más de trescientas curvas que es necesario sortear para llegar a Villavicencio. Nunca recalentó, cosa muy común en los automóviles de esa época y  en esos caminos.
Otra valla (no geográfica) fue Antonio (el tano). Tenía “passaporto” y el convenio de reciprocidad, que no requiere visa es entre Argentina y Chile, no para italianos, por lo que tuvo que volver a Mendoza para buscar al cónsul chileno y regresar a la pequeña y bella ciudad de los Andes (Chile) donde habíamos convenido esperarlo. Bajó la cordillera en un camión, en compañía de mi hermano. Jópele y yo, embarcamos el coche y cruzamos el tramo superior del Cristo redentor  (en el límite geográfico), sentados dentro del auto, en un vagón de carga.  Al desembarcar el auto en la ciudad de los Andes, sucedió un hecho intrascendente en sí mismo, pero que marcó el comienzo de una crisis que culminó en Lima.
El Ford llevaba una bandera chilena y otra argentina, en cada extremo del paragolpes delantero. Estábamos solos Jópele y yo en la estación de desembarco,  cuando apareció un borracho, demandando muy enojado y agresivo, que retiráramos la bandera argentina. Algunas palabras dichas para disuadirlo, obtuvieron un resultado opuesto, ya que este hombre aumentó el nivel de su agresión. Toda su actitud se desdibujó rápidamente, cuando lo invité a que él mismo quite la bandera, cuando pude desenfocar mi atención de este hombre, noté con asombro que estaba SOLO. Jólepe había desparecido….. (cuando se suponía que debía apoyarme).
Los Andes, está ubicada un valle, que recorrimos visitando casi todos los lugares que nos recomendaban. Cuatro o cinco días después llegaron Antonio y Fernando y el equipo se reunió nuevamente. Luego de festejar efusivamente el reencuentro, nos dirigimos al norte. En el puerto de Valparaíso vi por primera vez, el tan soñado océano Pacifico. Luego  la turística ciudad de Viña del Mar.
El camino hasta la colonial ciudad de La Serena, fue totalmente diferente a lo que hasta aquí habíamos visto. Las montañas perdiéndose dentro del océano, tan distinto de las grandes llanuras anteriores. Una cantidad de  enormes cuevas, segura fiesta para los espeleólogos y a las que nosotros adentrábamos solo hasta donde llegaba la luz natural. Las  solitarias playas del Pacifico,  donde no teníamos que abrir nuestras maletas en busca de los bañadores, porque nada perturbaba esa soledad. Caminábamos 300 ó 400 metros hasta el agua, solo en compañía de algunos desprevenidos cangrejos colorados y las gaviotas. Andar “en pelotas” o descalzo,  es una placentera sensación que me sigue acompañando.
De La Serena al norte, la cosa cambia. El pavimento ya no aparecería más que en la entrada y salida de las ciudades, y el desierto de Atacama nos empezaba a mostrar su seca y árida  cara. El Sol es permanente, pero el fino aire en las noches, descubre un increíble firmamento, donde la vía Láctea parece una autopista iluminada. Hoy con una tablet, al enfocar un planeta, aparece su nombre en la pantalla. Ni soñábamos con algo así. Que privilegio haber nacido en una época de tantas transformaciones.
Chile nos brindaba el segundo privilegió. Cruzar el desierto más árido de este planeta, Atacama. De Antofagasta al norte y hasta Arica, un poco mas de 700 km de tortuoso camino de “calamina” como llaman los chilenos, “serrucho” le llamamos los argentinos. Hoy es una larga lonja de pavimento. Al regreso lo cruzamos a lo ancho, superando alturas de cinco mil metros en el largo tramo, Antofagasta (Chile) San Antonio de los Cobres, Argentina, pero esta etapa llegará más adelante.
El problema con Jópele, que empecé a vislumbrar en Los Andes en la semi trifulca del borrachito, se agudizo en Atacama. En las noches, él siempre dormía dentro del auto, y esta plaza no la resignaba de ninguna manera. Tampoco quería que nos detuviéramos en ningún lugar visible desde el camino; “por si nos ven”, decía.  Este miedo irracional, que nos obligaba a alejarnos del camino,  provocó que una vez nos enterráramos en un guadal, del cual costó horas salir.
El Ford sufría mucho, demasiada carga, muy malos caminos, tenia frenos hidráulicos adaptados. Gran error, los frenos originales a varilla hubieran sido más que suficientes (ya lo habíamos comprado con la adaptación), y el ripio dañaba constantemente los desprotegidos caños de frenos.
Unos doscientos kms., antes de Arica, un camión con verduras había volcado sobre el arcén derecho, desparramando su carga. El chofer, se encontraba con el hombro fuera de lugar, pero sin heridas cortantes Acomodarle el brazo no fue difícil. Mientras lo cuidábamos, mi hermano empezó a desarmar una rueda delantera del Ford, ya que un bolillero venia quejándose. Decidimos quedarnos con este hombre hasta que  llegara el auxilio. Los camiones que iban pasando nos dejaban sus víveres, cigarrillos, comida y agua. Verduras nos sobraban.
Unos días después, cuando llegamos a Arica, nos llevamos una de las sorpresas más inesperadas. Nos estaba esperando el Sindicato de Camioneros, “para  agasajar a los argentinos que habían socorrido a un colega en pana”. Un departamento con vista al mar, más asistencia para el Ford, nos hizo pasar unos lindos días en Arica, donde cumplimos con mi gemelo  los 22 años de edad. De regalo salió un amplio reportaje en el diario local, con foto y todo.
Pero del 7 de octubre hasta el 23 de noviembre habían pasado demasiados días, para recién estar a la altura de Arica. Deberíamos acelerar nuestra marcha.
A través de la conexión con los camioneros, conseguimos una casa para dejar la mayor parte de la carga. Catres, trajes de vestir, zapatos, camisas, valijas (maletas) y un montón de cosas más, quedaron el Arica para ser recogidas a la vuelta y así seguir con menos peso.
Durante la estadía en la ciudad, habíamos trabado amistad con un chileno que se había comportado muy bien con nosotros,  y durante una cena, Jópele hablo del pedido que este le había hecho y que él había aceptado. Esto consistía  en acompañarnos en el viaje. Sorprendido, solo atiné a decir que no teníamos lugar. Grueso error de mi parte, hubiera debido ser categórico al respecto. No había sido poco el sacrificio que demandó este sueño para arriesgarlo llevando a un desconocido. Por lo tanto, el tramo Arica - Lima (1300 km), encontró cinco tripulantes en el Ford A.
El “tano” se comportaba como un todo terreno. No conducía, pero en todo lo demás siempre estaba de buen talante y dispuesto. Destacaba como cocinero, haciendo excelente uso de lo tuviera a mano. Fernando era mi hermano y nos conocíamos como tales, pero con Jópele había surgido una fisura que se ensanchaba con el paso de los kilómetros.”
El de gafas de sol es Eugenio. La gorra de bombero es para tapar su ya incipiente calvicie.... ja ja

Y nos vamos a Perú 

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