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martes, 12 de febrero de 2013

El Carpincho


El baile y ya había empezado. Corría la cerveza y el chamamé hamacaba a las parejas.

En bicicletas y luciendo sus mejores pilchas, la muchachada de Las Lomitas, llegaba,  buscando  olvidar la semana de cinchar en aserraderos y carpinterías.

El “Carpincho” estaba desde temprano y no había dejado de beber. 

Desde el improvisado mostrador parecía divertirse con los bailarines. El acordeón arrastraba las alpargatas en el patio de tierra.

Carpincho, desvergonzado, se plantó en la pista, intentando arrebatarle la compañera al Gringo Wolos.

La tensión ralentizó la fiesta. Con una sonrisa boba, Carpincho miraba desafiante al dueño del aserradero.
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      - Dejá de joder Carpincho, estás en pedo… gritó Moncho, su compañero en la carpintería, mientras se acercaba.

Las risas de algunos, el alcohol y el amor propio tocado, le empujaron la mano a la cintura y mostró su daga.
       - Tranquilo chamigo… guardá el cuchillo.
Mientras hablaba, Moncho tomó el inflador de una bicicleta que estaba en su camino.
Carpincho se abalanzó furioso, y Moncho, atento, le volvió a pedir que aflojara. No escuchaba.

La agilidad de Moncho y el golpe del inflador en la cara, hizo que tropezara en un cajón de cervezas. El ruido de las botellas y los gritos de las mujeres, fueron música de presagio.

Con el rostro desencajado, Carpincho arremetió con furia. Moncho blandía su arma improvisada y gritó otra vez mientras su zurda, buscaba en la cintura el cuchillo.
-    - Pará chamigo !!
-    - Hijo de puta…..  mordió Carpincho, mientras alzaba su daga

El puño de Moncho terminó su viaje en la axila de Carpincho.

Los llantos de las mujeres y el silencio definitivo de la orquesta, acompañaron el éxodo apresurado. Alguien, montó en bicicleta y corrió en la oscura arena de la calle, buscando al médico.
-  
     - Si fue en pelea, tiene que ir primero la policía.. y con cara de fastidio y sueño, desapareció tras la puerta.
-   -  Está jodido?,  ahora vamos con la chata. Dijo el milico, medio en pedo, quince minutos después.

En la bailanta, los veinte años del Carpincho, se licuaban lentamente, en una gran mancha oscura.

                                                     Juan Martínez Autor

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